Diez playas solitarias del Algarve para perderse

 Diez playas solitarias del Algarve para perderse
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Con sus 200 kilómetros de costa, más de 115 preciosas playas y un perenne cielo azul, el Algarve es el destino de los amantes del sol y el mar. Reiteradamente elegido entre los mejores de Europa, méritos no le faltan. Y es que la calidad de las aguas y los arenales, así como la belleza de la costa, cada vez más agreste hacia el oeste, donde forma una de las líneas costeras más especiales y mejor conservada de Europa, han hecho del sur de Portugal un destino de referencia para los amantes de las buenas playas y el buen vivir vacacional. Con sus pueblos blancos, su gastronomía mediterránea con exóticas influencias árabes y el afable carácter portugués poniendo el broche de oro a un plan perfecto.

Sin embargo, si todos esos elementos constituirían la más tentadora carta de presentación en cualquier otro momento, la nueva normalidad pone en valor un atractivo del Algarve quizá no tan conocido por muchos: su abundancia en playas tranquilas. Un sueño hecho realidad ahora que la distancia social se ha convertido en una necesidad.

Diez playas solitarias para perderse en la nueva normalidad
La costa oeste del Algarve, la llamada Costa Vicentina, es en general la menos frecuentada por el turismo, por tratarse de playas más apartadas, rocosas y a menudo con difíciles accesos a los arenales. Por contrapartida nos hallamos en una desbordante zona de parque natural, todo un regalo para la vista y para los sentidos, con un patrimonio natural único en el mundo.

En el municipio de Aljezur son varios los enclaves poco frecuentados, donde es fácil disfrutar de apacibles días de playa. Siempre en el marco natural exultante de un de las costas más especiales del Viejo Continente.

Es el caso de Praia de Carreagem, una playa muy tranquila y casi siempre desierta. En gran parte debido a su acceso, a través de caminos de roca (lo que descarta ir con niños). En el extremo norte de la playa, cuando la marea es baja, se puede observar un curioso anfiteatro natural, tallado en esquisto. O de Praia Vale de Figueira, con un arenal amplio y muy tranquilo. Para acceder hay que bajar por un valle cuyas laderas están densamente pobladas de brezales, madroños y jaras, cuyos aceites aromáticos impregnan el ambiente. También la Praia de Bordeira suele estar bastante tranquila, con un arenal muy amplio que se extiende a lo largo de tres valles. La playa es preciosa, con su paisaje variado a base de naturaleza calcárea de colores cálidos, sus extensos campos de dunas y una laguna ocasional en la Ribeira de Bordeira con aguas templadas, en las que, a veces, se puede ver nadando nutrias.

Más hacia el sur, en la zona de Sagres, también hay varias playas desconocidas. Es el caso de Praia da Barriga, escondida en el tramo final de un valle largo y muy verde; llegando, se empieza viendo praderas naturales, tanto en la desembocadura de un pequeño riachuelo como en las dunas ajas que lo rodean, y después un amplio arenal protegido por inmensos acantilados negros. Es una playa tranquila, con bonitos rincones originados por el recorte de los acantilados. Durante la bajamar, se puede alcanzar caminando la Praia do Castelejo, algo más frecuentada si no masificada, sobre todo por surfers y bodyboarders.

Hacia el otro extremo de la costa algarvía, entre Faro y los aledaños de la frontera onubense, existen varias localizaciones muy sugerentes: las llamadas Ilhas del Algarve. Esos pequeños y particulares paraísos que regala Ría Formosa en su fusión con el mar, creando unas lenguas de arena blanca rodeadas de aguas espléndidamente turquesas y cristalinas. Alejadas de la costa, son sólo accesible por barco, confiriéndoles ese plus de lejanía y desconectada accesibilidad.

Ilha Barreta (Isla Desierta), hace todo el honor a su nombre. Accesible sólo en barco desde Faro, una vez en la playa, el fin del arenal no se alcanza con la vista: son cerca de 10 kilómetros de silencio y sosiego, tanto en la playa marítima como en la de la ría. Estamos en un área completamente deshabitada de Ría Formosa y éste es el premio: la soledad.

Desde el puerto de Olhão, atravesando los laberintos de arena y limo de Ría Formosa, se puede acceder a la Ilha de Armona y a su playa del mismo nombre, en el extremo occidental de la isla. El arenal es tan largo que de nuevo se pierde a los ojos, proporcionando gratos momentos de tranquilidad en los que disfrutar de relajantes días de playa y de incandescentes puestas de sol. Caminando por Praia da Armona se puede acceder a Praia da Fuseta, en el extremo este de la isla. La lengua de arena se estrecha, pero igualmente extensa y apetecible y la naturaleza se impone en el paisaje. Después de 45 minutos caminando hacia oriente se puede llegar al arenal desierto e intacto de la bocana de Fuseta, así como a sus innumerables piscinas arenosas naturales.

La siguiente isla es Ilha de Tavira, con su enorme extensión de arena fina y blanca y aguas tranquilas. A la Praia do Barril se accede caminando o en tren desde la propia Tavira. El arenal es inmenso y caminando hacia el extremo oeste de la isla se llega a la Praia do Homem Nu (Playa del Hombre Desnudo), una playa desierta y salvaje, nudista, con unas magníficas vistas sobre la bocana de Fuseta y la isla de Armona.

Hacia el este de Ilha de Tavira surge la Ilha de Cabanas, una extensa lengua de arena blanca. La playa está ubicada frente a la población de Cabanas, de origen pesquero; aún hoy se pueden ver los barcos de pesca artesanal anclados en la ría así como las casas de las artes de la pesca. Los paseos por la playa apetecen y mucho y caminando sólo un poco es posible disfrutar de soledad.

Siguiendo los caminos laberínticos de Ría Formosa, ya en sus límites, llegamos a la Praia de Cacela Velha, otro paraíso de arena blanca bañada por aguas turquesas. Hasta ella se puede llegar a pie, (a través de la Praia de Manta Rota) o en barco. Al pasar el brazo de la ría, con sus inmerosos viveros de ostras y almejas, el visitante se encuentra con una fina lengua de arena desierta y salvaje. Un lugar precioso para disfrutar del sol y del mar y contemplar en la más completa tranquilidad la rica flora de las dunas o las numerosas aves que buscan en ellas refugio.

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